Factores de riesgo
Conforme se ha ido demostrando que el dolor de espalda no siempre
se debe a una alteración orgánica de la columna vertebral,
se han comenzado a estudiar los factores que se asocian a un mayor
riesgo de padecerlo. Hay que ser prudente en la interpretación
de estos estudios, que demuestran que quienes padecen dolor de espalda
presentan algunas características con más frecuencia
que quienes no lo sufren. Eso significa que esos factores se asocian
a un mayor riesgo, no necesariamente que sean la única causa
del dolor ni que su supresión lo mejore.
Pese a esta limitación, en aquellos casos en los que hay
que tener en cuenta los factores que estudios epidemiológicos
rigurosos demuestran que se asocian a un mayor riesgo de padecer
dolor de espalda, y especialmente en aquellos casos en los que se
vislumbra el mecanismo que puede explicar su eventual influencia.
Algunos de los factores que han sido más estudiados son los
siguientes:
- Flexo-extensión repetida de la columna; se asocia
a mayor riesgo de padecer dolor de espalda.
Al flexionar la columna se produce un aumento de la presión
en el interior del disco intervertebral. Si en ese momento se carga
peso y se vuelve a enderezar la columna, la presión en la
parte posterior del disco se incrementa tanto que puede fisurarlo
o romperlo, produciendo una hernia discal. Ese proceso puede ocurrir
de una vez, si el esfuerzo es intenso, pero suele producirse por
un mecanismo de acumulación: cada flexión inadecuada
va aumentando el impacto del núcleo pulposo en la envuelta
fibrosa del disco y la erosiona hasta fisurarla o romperla.
Además del disco, también la musculatura se sobrecarga
al mantenerse inclinado hacia adelante. Esa postura es posible mantenerla
gracias esencialmente a la tensión controlada de la musculatura
paravertebral, glútea e isquiotibial, que impide que el cuerpo
caiga hacia adelante. Cuanto mayor es el ángulo de flexión,
mayor es el esfuerzo que debe realizar la musculatura lumbar y menor
el número de segmentos que lo hacen, lo que facilita que
se sobrecargue.
Estudios mecánicos demuestran que la sobrecarga discal y
muscular es mayor si la inclinación se hace con las piernas
estiradas, y menor si se flexionan las rodillas y se mantiene la
espalda recta.
De hecho, los estudios epidemiológicos realizados demuestran
que el dolor de espalda es más frecuente entre quienes realizan
movimientos repetidos de flexo-extensión de la columna, especialmente
si los hacen manejando carga, si ésta es excesiva o si su
musculatura es insuficiente.
- Torsión o rotación frecuente de la columna;
se asocia a mayor riesgo de padecer dolor de espalda. Por
la forma de las vértebras, la columna cervical puede rotar
más que la dorsal, y ésta más que la lumbar.
Probablemente, la repetición de rotaciones exageradas en
la columna lumbar puede sobrecargar la articulación facetaria
y la musculatura, e incluso también el disco, especialmente
si se hace cargando peso.
De hecho, los estudios epidemiológicos realizados demuestran
que el dolor de espalda es más frecuente entre quienes realizan
movimientos repetidos de torsión o rotación de la
columna, especialmente si los hacen manejando carga, si ésta
es excesiva o si su musculatura es insuficiente.
- Esfuerzos; se asocian a mayor riesgo de padecer dolor de
espalda. Esa asociación puede deberse a un
mecanismo de sobrecarga, y pueden asociarse a un riesgo mayor si
los esfuerzos se realizan en posturas de flexo-extensión
o rotación:
Un esfuerzo muy intenso puede provocar dolor de espalda. Si la
musculatura es muy potente, se lesiona antes que el disco intervertebral.
En ese caso el dolor provocado por la lesión muscular -dolorosa
pero benigna y que suele resolverse por sí misma en unos
días- evita que se mantenga el esfuerzo y protege el disco
intervertebral. Si la musculatura no es suficientemente potente,
el disco intervertebral puede lesionarse a la vez que la musculatura.
Es posible que la repetición continua de esfuerzos, aunque
no sean tremendamente intensos, pueda provocar dolor de espalda,
probablemente por la acumulación de pequeñas lesiones
en el disco intervertebral, la articulación facetaria o,
más frecuentemente, por la sobrecarga repetida de la musculatura.
Un esfuerzo excesivo no significa siempre cargar peso: la adopción
de posturas inadecuadas puede sobrecargar la musculatura o las estructuras
de la columna vertebral. Si las posturas inadecuadas se mantienen
suficiente tiempo o se repiten con frecuencia pueden causar dolor
de espalda por un mecanismo de sobrecarga aunque no se haya cargado
peso.
Es cierto que un sobreesfuerzo especialmente intenso y realizado
sin tener en cuenta las normas de higiene postural, especialmente
si se produce durante un movimiento de flexo-extensión, puede
desencadenar un episodio doloroso. Sin embargo, el que este proceso
sea típico no significa que sea habitual. Lo más frecuente
es que los episodios de dolor de espalda aparezcan sin que los haya
provocado un esfuerzo.
Los estudios epidemiológicos realizados demuestran que el
dolor de espalda es más frecuente entre quienes realizan
esfuerzos intensos y repetidos, especialmente si los hacen en posturas
de flexión, torsión o rotación de la columna,
o en los casos en los que la musculatura es insuficiente.
- Vibración; se asocia a mayor riesgo
de padecer dolor de espalda. Los estudios epidemiológicos
realizados demuestran que el sometimiento a vibraciones que afectan
a todo el cuerpo aumenta el riesgo de que aparezcan dolores de espalda.
Ése es el caso, por ejemplo, de los tractoristas y las personas
que manejan maquinaria de este tipo. Es probable que la vibración
desencadene el dolor por uno de estos mecanismos:
La vibración conlleva acortamiento y alargamiento rápido
de la musculatura, lo que podría facilitar su contractura.
La vibración aumenta cíclica y rápidamente
la carga en el disco intervertebral y la articulación facetaria.
La vibración provoca directamente la activación de
los nervios del dolor en el ganglio espinal.
- Falta de potencia, de resistencia o de entrenamiento de
la musculatura de la espalda; se asocia a un mayor riesgo de padecer
dolor de espalda, y de que el dolor reaparezca o se convierta en
crónico. Los estudios realizados reflejan que el dolor de espalda aparece más fácilmente y persiste más tiempo en las personas que no tienen una musculatura suficientemente potente, resistente y entrenada. Probablemente, este hecho se explique por varios mecanismos:
- Si la musculatura es potente y armónica, el reparto de la carga es correcto y disminuye el riesgo de padecer contracturas o sobrecargas musculares.
- Cuanto mayor es la potencia y resistencia muscular, mayor es la resistencia estructural a la carga.
Una musculatura potente, equilibrada y entrenada mejora la estabilidad y el funcionamiento de la columna vertebral, disminuye el riesgo de lesión del disco intervertebral y mejora la movilidad. Además, mejora la coordinación inconsciente de los distintos grupos musculares, por lo que disminuye el riesgo de sobrecarga o lesión de los músculos y ligamentos.
En condiciones normales, la musculatura comienza a doler antes que las demás estructuras de la espalda, de forma que alerta de su posible lesión. Si la musculatura es poco potente, ese mecanismo no funciona eficazmente.
Además, el sistema nervioso central es consciente de la posición del cuerpo en el espacio mediante, entre otros mecanismos, la información que recibe sobre el grado de contracción o estiramiento de los distintos grupos musculares. Cuando la musculatura está poco entrenada esa fuente de información es defectuosa, de forma que se adoptan posturas incorrectas sin tener conciencia de ello.
El dolor es más frecuente y prolongado en quiénes tienen una musculatura débil en la espalda y los abdominales. A la inversa, el ejercicio físico específico, adaptado a las características personales, es eficaz para disminuir el riesgo de padecer dolores de espalda. Si el dolor aparece, haber hecho ejercicio no ha demostrado reducir la intensidad del dolor pero sí su duración y, además, el grado de discapacidad que conlleva. De hecho, el tamaño de la musculatura de la espalda ha demostrado asociarse a un menor grado de discapacidad, pero no a una menor intensidad del dolor.
En los sanos, el ejercicio es eficaz para disminuir el riesgo de que aparezcan dolores de espalda. También la práctica sistemática de actividad física o de algún deporte es útil para prevenir el dolor de espalda, aunque es conveniente consultar a un médico antes de iniciar cualquier actividad física o deporte.
Además de poder ser eficaz para disminuir el riesgo de que el dolor aparezca, empeore o persista, el ejercicio también puede ser útil como tratamiento, y entre quienes sufren episodios dolorosos de forma recurrente, mantener el mayor grado de actividad física que el dolor permita, durante las crisis (de manera que se interrumpan los movimientos o esfuerzos que desencadenen el dolor o incrementen su intensidad, pero se mantenga el mayor grado de actividad física hasta que eso sucede), y hacer ejercicio entre las crisis, es eficaz para reducir su frecuencia y duración.
- Sentir molestias en la cama; se asocia a un mayor riesgo
de padecer dolor de espalda. Los estudios realizados
demuestran que el dolor de espalda es más frecuente entre
quienes sienten molestias al estar en la cama o al levantarse.
En algunos estudios, sentir molestias en la cama se ha asociado
a un riesgo de hasta un 1800% mayor de padecer dolor de espalda,
tanto entre los adolescentes como entre los adultos, mientras que
la mayor parte de los demás factores estudiados (como el
género o realizar esfuerzos físicos en el trabajo
o en el ocio) se han asociado a un efecto mucho menor. Además
los estudios científicos realizados han demostrado que también
entre las personas que ya sufren dolor de espalda, la firmeza del
colchón influye en su evolución, de manera que un
colchón de firmeza intermedia es más recomendable
que uno muy firme. Esos datos sugieren que las características
de la superficie de descanso suponen un factor relevante con relación
a la existencia o evolución del dolor de espalda.
Es posible que esa influencia se deba a varios factores. Si las
características de la cama inducen la adopción de
posturas incorrectas al estar acostado, se puede alterar el reparto
de cargas en esa postura, afectando a la musculatura (al inducir
su sobrecarga o, simplemente, dificultar su relajación) o
aumentando la carga que sufren los discos invertebrales y la articulación
facetaria. Dado que ese factor actuaría de manera repetida
y prolongada (se estima un sujeto pasa aproximadamente un tercio
de su vida en la cama), a medio o largo plazo dormir en una cama
inadecuada podría llegar a inducir alteraciones en esa estructuras.
- Haber padecido episodios previos de dolor de espalda; se
asocia a un mayor riesgo de padecer dolor de espalda.
Los estudios científicos demuestran que una vez que un
paciente ha tenido un episodio de dolor de espalda, es probable
que vuelva a tener otros en el futuro. Algunas de las recomendaciones
basadas en la evidencia científica establecen que en la mayor
parte de los pacientes se repiten crisis dolorosas de vez en cuando,
sin que eso signifique necesariamente que estén empeorando
o que se hayan vuelto a lesionar la espalda. Este hecho podría
explicarse por varios motivos:
Quienes padecen una crisis suelen tener uno o varios factores de
riesgo, relacionados con su tipo de vida o características
propias. Salvo que se adopten medidas específicas, lo cual
no siempre es fácil -cambio de hábitos, ejercicio
etc.- es probable que esos factores de riesgo sigan originando nuevos
episodios.
Los estudios demuestran que el dolor de espalda provoca la contractura
del músculo mediante un mecanismo neurológico, y que
el músculo recibe menos riego sanguíneo mientras está
contracturado. Eso puede facilitar que vuelva a contracturarse en
el futuro y provoque nuevas crisis de dolor, especialmente si se
guarda reposo durante el episodio doloroso o a partir de él.
Por el contrario, mantener el mayor grado de actividad física
que sea posible (tanto cuando hay dolor como cuando no lo hay),
mejora el riesgo y el estado de la musculatura, reduciendo el riesgo
de que aparezca dolor de espalda y mejorando su evolución
cuando ya se padece.
Los estudios también demuestran que si el dolor de espalda
limita la actividad durante cierto tiempo la musculatura se atrofia
fácilmente. La atrofia de la musculatura puede hacer más
vulnerable la columna y dificultar que se adopten las posturas correctas,
lo que a su vez puede aumentar el riesgo de padecer nuevos episodios
dolorosos.
Un mecanismo neurológico explica que si las células
que perciben el dolor en la médula y el cerebro se mantienen
activadas durante cierto tiempo, aumenta la facilidad con la que
se activan en el futuro, de forma que pequeños estímulos
pueden volver a provocar dolor. De hecho, si su activación
dura suficiente tiempo, tienden a quedarse activadas aunque desaparezca
el estímulo doloroso que las activó inicialmente;
en ese caso el dolor persiste aunque desaparezca su causa inicial.
- La actitud ante el dolor; influye en el riesgo de padecer
dolor y, sobre todo, en su duración y en el riesgo de que
reaparezca. Los estudios disponibles revelan que
los pacientes que han padecido dolor de espalda pueden reaccionar
de dos formas distintas:
- Unos (los "evasivos") se asustan por el dolor y temen
por su futuro, pensando erróneamente que cada vez que notan
una molestia en la espalda significa necesariamente que su lesión
se está agravando. Por eso descansan mucho, evitan la actividad
física, esperan pasivamente a que el dolor mejore, y suelen
abusar de los medicamentos -especialmente los calmantes-.
- Otros (los "combativos") no temen por su futuro y confían
en que el dolor va a ir mejorando o que, si no es así, podrán
adaptarse a él. Llevan una vida tan normal como pueden, se
mantienen activos y van a trabajar, evitando sólo aquello
que realmente el dolor les impide hacer y no asustándose
si en algún momento notan una molestia pasajera.
Los estudios disponibles demuestran que, en relación con
los "evasivos", los "combativos" tienen menos
riesgo de volver a padecer dolores de espalda y, si aparecen, éstos
duran menos.
Estos hechos se explican por varios motivos:
- En primer lugar, por aspectos psicológicos: los "evasivos"
tienden a obsesionarse con su dolor y a interpretar que las molestias
pasajeras que puedan sentir en un momento dado reflejan una lesión
seria. Por ello se estresan, lo que supone un riesgo adicional para
su espalda. Además, se angustian y deprimen con mayor facilidad,
lo que hace que tiendan a magnificar todavía más el
dolor que sienten.
- Además, desde el punto de vista físico, el exceso
de reposo y la falta de actividad tienden a acelerar la pérdida
de potencia y resistencia muscular, haciendo la espalda más
vulnerable a la sobrecarga y facilitando el riesgo de que el dolor
reaparezca o se perpetúe.
- Estrés; aumenta el riesgo de padecer dolor de espalda.
Realmente, influye más en la percepción del dolor
que en el riesgo de que aparezca, es decir, más que aumentar
la probabilidad de que duela la espalda, el estrés hace que
se perciba como más intenso el dolor. Probablemente se produce
un doble mecanismo:
El estrés puede alterar, aumentándola,
la percepción del dolor.
Algunos datos sugieren que el estrés
puede provocar un aumento del tono muscular y facilitar la aparición
de contracturas, aunque los estudios en los que se ha comparado
la actividad eléctrica del músculo de pacientes estresados
y no estresados han aportado resultados contradictorios.
- Insatisfacción; aumenta el
riesgo de padecer dolor de espalda, y especialmente el de que los
episodios se prolonguen más. Los estudios realizados
en el ámbito laboral reflejan que la insatisfacción
con el puesto de trabajo aumenta el riesgo de padecer dolor de espalda
e incrementa el período de baja. Desde el punto de vista
médico, y al margen de consideraciones laborales, el mecanismo
que puede explicar su influencia podría ser doble:
Un mecanismo similar al del estrés.
La somatización inconsciente de la
insatisfacción vital en forma de dolor de espalda.
- Algunos tipos de personalidad; influyen en el riesgo de
que aparezca dolor y, sobre todo, en el riesgo de que se convierta
en crónico y en el de la limitación de la actividad
que conlleve. Algunos estudios sugieren la existencia de
características psicológicas propias de los pacientes
con dolor de espalda crónico, distintas a las de enfermos
con otras afecciones crónicas. Estos tipos de personalidad
pueden facilitar la somatización o la obsesión por
el dolor de espalda, que llega a convertirse en el centro de la
vida del paciente. Aunque los métodos de investigación
utilizados en algunos estudios no permiten determinar si esas alteraciones
son causa o consecuencia de la cronicidad del dolor, otros sugieren
que ciertos tipos de personalidad podrían facilitar la perpetuación
del dolor.
- Depresión. Entre las personas que no tienen dolor lumbar, la probabilidad de que éste aparezca en el futuro es mayor entre aquéllas que padecen depresión. El riesgo de que el dolor aparezca aumenta en paralelo a la gravedad de la depresión.
- Tabaquismo; su efecto es dudoso. Aunque
anteriormente los estudios coincidían en señalar que
el dolor de espalda es más frecuente entre fumadores que
entre no fumadores, durante mucho tiempo se cuestionó la
influencia del tabaco porque no se conocía el mecanismo que
pudiera explicarla. Se atribuía a que los fumadores suelen
hacer trabajos físicos con mayor frecuencia, pues generalmente
pertenecen a un nivel sociocultural inferior al de los no fumadores.
Sin embargo, los estudios científicos han demostrado que
el efecto nocivo del tabaco sobre el riesgo de padecer dolor de
espalda se mantiene con independencia del nivel sociocultural, y
su influencia se intenta explicar por:
La irrigación del disco intervertebral. Ya en condiciones
normales, en un individuo sano, el núcleo pulposo no tiene
irrigación y la envuelta fibrosa recibe poca sangre. En el
fumador, la circulación es peor y podría empeorar
todavía más la irrigación de la envuelta fibrosa,
lo que podría acelerar su degeneración o facilitar
su lesión.
La tos. El fumador suele toser más que el no fumador. La
tos aumenta la presión en el disco intervertebral y lo somete
a una vibración, lo que aumenta su riesgo de degeneración
o lesión.
La musculatura. Los fumadores suelen estar en peor forma física
y tener menor y peor musculatura que los no fumadores, lo que podría
facilitar la sobrecarga de las estructuras vertebrales y la aparición
de dolor de espalda.
Estudios recientes han demostrado que el tabaco tiene un efecto negativo sobre la degeneración discal, explicando el 2% de la degeneración del disco.
Sin embargo, algunos estudios han concluido que no existe una clara
relación dependiente de la dosis de tabaco. Eso podría
sugerir que el tabaco se comporta como una "variable de confusión"
(es decir, no tiene efecto en sí mismo sino que se comporta
como un indicador al asociarse a otros factores que son los que
realmente aumentan el riesgo de de padecer dolor de espalda), o
que el efecto nocivo del tabaco sobre la espalda se manifiesta a
partir de una dosis muy baja, sin aumentar significativamente su
efecto al incrementarse la dosis. En todo caso, existen múltiples
motivos sanitarios para no fumar, con independencia de su asociación
o no con el dolor de espalda.
En los pacientes que se someten a cirugía raquídea lumbar, quienes nunca han fumado obtienen mejores resultados que los exfumadores, que a su vez evolucionan mejor que los fumadores en activo. Además, entre los exfumadores los resultados son mejores cuanto más tiempo llevan sin fumar.
- Sobrepeso; su influencia es dudosa. Durante años
se ha creído que el sobrepeso suponía un incremento
de la carga que soporta la columna vertebral y aumentaba por ello
el riesgo de padecer dolor de espalda. Sin embargo, cuando se han
hecho estudios para comprobar si eso realmente era así, se
han obtenido resultados contradictorios. Aunque algunas investigaciones
sugieren que el sobrepeso puede aumentar ligeramente el riesgo de
padecer dolor de espalda, la mayoría de los estudios rigurosos
demuestran que, contrariamente a lo que se creía antes, su
efecto no es tan relevante. En definitiva, actualmente no se puede
afirmar con certeza qu el sobrepeso aumente el riesgo de padecer
dolor de espalda, y sí se ha comprobado que, si realmente
tiene una influencia, ésta es mínima.
Estudios recientes han demostrado que el sobrepeso no acelera la degeneración discal. Por el contrario, un aumento progresivo del peso corporal de hasta 12 kg retrasa la degeneración discal, aunque se desconoce el efecto de un incremento mayor.
Sin embargo,
existen estudios que demuestran que reducir el sobrepeso mejora
la salud en lo que se refiere a otras afecciones, como las cardiovasculares
o endocrinológicas, por lo que merece la pena controlarlo
aunque su efecto sobre las dolencias de la espalda sea, como máximo,
dudoso.
- Alta estatura; su influencia es dudosa. Durante
años se ha pensado que, siendo iguales los demás factores,
el dolor de espalda era más frecuente entre quienes eran
más altos, debido al aumento de carga que la altura conlleva.
Sin embargo, los estudios epidemiológicos realizados no confirman
esa presunción. Es discutible que la talla aumente el riesgo
de padecer dolor de espalda y, si lo hace, su influencia es mínima.
- Sedentarismo; Estudios realizados en el ámbito laboral y en población general sugieren la relación entre la sedestación prolongada y el riesgo de padecer dolor lumbar. Pasar más de 7 horas al día sentado aumenta el riesgo de padecer dolor lumbar, riesgo que se incrementa proporcionalmente con el aumento del tiempo de sedestación, especialmente si se realiza escasa actividad física. Ese incremento con el número de horas de sedestación no sucede si se realiza actividad física intensa, lo que refleja que el ejercicio tiene un efecto protector y sugiere que el ejercicio físico es, si cabe, todavía más importante entre quienes pasan muchas horas sentados.
Así, la influencia de este factor se puede explicar por un doble mecanismo:
- El mantenimiento prolongado de la postura sedente conlleva la pérdida de fuerza de la musculatura abdominal y paravertebral, de modo que pueden producirse pequeñas sobrecargas -por esfuerzos o posturas- que causen dolor.
- El mantenimiento de esta postura, especialmente cuando no se adopta adecuadamente, incrementa notablemente la presión en el disco intervertebral, lo cual facilita su degeneración o lesión, o puede inducir la sobrecarga de la musculatura
Se han realizado muy pocos estudios para evaluar el efecto de las características de las sillas sobre el riesgo de padecer dolor o sobre su evolución, y los métodos de investigación empleados impiden asegurar con certeza que esas características tengan un efecto determinante. Sin embargo, algunos estudios realizados con escolares sugieren que las características del mobiliario influyen en el riesgo de que aparezca dolor de espalda y en su evolución a medio plazo. Así, existen datos que sugieren la conveniencia de usar sillas adaptables, que permitan la adopción de posturas correctas cuando éstas deben ser mantenidas.
Durante muchos
años se ha creído que el hecho de estar sentado de
manera prolongada aumentaba de por sí el riesgo de padecer
dolor de espalda.
Se han realizado muy pocos estudios para evaluar el efecto de las
características de las sillas sobre el riesgo de padecer
dolor o sobre su evolución, y los métodos de investigación
empleados impiden asegurar con certeza que esas características
tengan un efecto determinante. Sin embargo, algunos estudios realizados
con escolares sugieren que las características del mobiliario
influyen en el riesgo de que aparezca dolor de espalda y en su evolución
a medio plazo. Así, existen datos que sugieren la conveniencia
de usar sillas adaptables, que permitan la adopción de posturas
correctas cuando éstas deben ser mantenidas.
Sin embargo, y con independencia de que sea conveniente usar sillas
que permitan la adopción de las normas de higiene postural,
los estudios realizados no demuestran de manera consistente que
el número de horas que se pase sentado signifique en sí
mismo un riesgo para padecer dolor de espalda. Hoy en día
se cree que en los adultos más que el hecho de estar sentado
en sí mismo, lo que es nocivo es la falta de actividad física
que suele ser habitual entres los sedentarios. Así, la eventual
influenciaa de este factora se intenta explicar por un doble mecanismo:
El mantenimiento prolongado de la postura sedente conlleva la pérdida
de fuerza de la musculatura abdominal y paravertebral, de modo que
pueden producirse pequeñas sobrecargas -por esfuerzos o posturas-
que causen dolor.
El mantenimiento de esta postura, especialmente cuando no se adopta
adecuadamente, incrementa notablemente la presión en el disco
intervertebral, lo cual facilita su degeneración o lesión,
o puede inducir la sobrecarga de la musculatura.
Por otra parte, y aunque no hay estudios científicos al respecto,
los pacientes con dolor de espalda suelen decir con frecuencia que
empeoran con los cambios de tiempo. Una explicación podría
ser la variación de la presión atmosférica.
Tanto en el interior de los discos intervertebrales (especialmente
si están degenerados) como en las articulaciones, incluyendo
la articulación facetaria, hay vacío (presión
cero). Ese vacío facilita que los huesos se mantengan juntos.
El descenso de la presión atmosférica podría
causar un efecto de succión que agravara la eventual inflamación
existente en la zona. Eso explicaría que el dolor apareciera
o se agravara al disminuir la presión atmosférica
-es decir, unas horas antes de que cambiara el tiempo-.
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